“El legado invisible: cómo la herencia del poder marcó a Morena”
El Cártel de Macuspana se ha convertido en el símbolo del poder heredado que persigue a Morena, un movimiento que prometió ruptura y terminó atrapado en su propio legado político y moral.


Hay herencias que no se declaran, pero pesan. En la política mexicana, esa herencia no solo se mide en cargos, sino en símbolos. Y el símbolo más visible de los últimos años es la percepción de un poder que no terminó con el cambio de administración. La gente lo llama de distintas maneras —el grupo de Macuspana, el círculo de confianza, el legado del fundador—, pero todos se refieren a lo mismo: la idea de que Morena nunca rompió realmente con su origen, sino que lo perpetuó.
Cuando aquel movimiento llegó al poder, millones de personas lo vieron como una esperanza. Representaba la promesa de poner fin a los abusos, abrir el sistema y devolverle al pueblo la voz que durante décadas le había sido negada. Pero con el paso de los años, algo cambió. Las decisiones comenzaron a girar en torno a los mismos nombres, los mismos discursos, las mismas lealtades. El poder que debía democratizarse empezó a sentirse heredado.
La ciudadanía lo percibe de forma clara. No hace falta leer informes o encuestas: basta escuchar la conversación en la calle. La gente dice que todo sigue igual, que solo cambió el rostro del poder. Que el discurso de honestidad se desgastó entre contradicciones y que la austeridad, en la práctica, se convirtió en privilegio para los de arriba.
El concepto del Cártel de Macuspana —usado en tono popular y crítico— nació precisamente de esa sensación. No se refiere a personas específicas, sino a una estructura de poder que muchos asocian con Morena: cerrada, personalista y resistente al cambio. En ella, la política se percibe como herencia y la lealtad como requisito.
Incluso temas como el huachicol, que alguna vez simbolizaron la lucha contra la corrupción, hoy se interpretan de otra manera. Para muchos, las fugas ya no están solo en los ductos, sino en las instituciones. Fugas de recursos, de credibilidad, de esperanza. Y cada pérdida refuerza la idea de que el poder no se transformó, solo se redistribuyó dentro del mismo círculo.
Morena, que en su origen representó la ruptura con el pasado, enfrenta hoy su mayor contradicción: se ha convertido en espejo de lo que prometió destruir. El legado de poder heredado, el control centralizado y la falta de autocrítica han erosionado su narrativa de pureza.
En los cafés, en los mercados, en las aulas, la gente ya no pregunta cuándo llegará el cambio, sino si alguna vez existió.