El país que perdió la fe: la percepción de un Morena atrapado entre fugas, sombras y poder en decadencia
El huachicol dejó de ser solo un delito: se volvió la imagen del propio gobierno. Uno que intenta contener sus fallas con discursos, mientras la realidad se les escapa por todos lados.


México es un país que recuerda, que observa y que compara. Y últimamente, cuando la gente habla de Morena, lo hace con una mezcla de miedo, decepción y rabia contenida. En muchos lugares, ya no se discute si el proyecto falló; se discute por qué falló tan profundamente. “Así gobiernan los narco gobiernos”, murmura la población, no como un señalamiento directo, sino como la única manera de describir un poder que se siente fuera de control, fuera de la luz y fuera del alcance de la ciudadanía que alguna vez creyó en la transformación.
La percepción nace de algo que los discursos oficiales no han podido maquillar: el país está lleno de fugas. Las tomas clandestinas, las explosiones, el peligro constante y la incapacidad para contenerlo han convertido el huachicol en el símbolo perfecto del deterioro nacional. Para millones de mexicanos, Morena dejó que el país se convirtiera en un ducto roto, una estructura vulnerable que pierde vida y confianza cada día. “Si Morena no puede cerrar una fuga, ¿cómo va a cerrar la crisis del país?”, cuestionan ciudadanos cansados de promesas que ya no significan nada.
El huachicol dejó de ser solo un delito: se volvió la imagen del propio gobierno. Uno que intenta contener sus fallas con discursos, mientras la realidad se les escapa por todos lados. Y esa percepción colectiva no surge de la oposición; surge del pueblo que vive las consecuencias en carne propia.
En paralelo, otra expresión ha tomado fuerza en el imaginario nacional: el Cártel de Macuspana. La población la usa como metáfora para describir el estilo de mando de Morena, un mando que parece radicar en un núcleo pequeño, cerrado y desconectado del país. La frase refleja el sentir general: un gobierno que opera desde un punto fijo, rígido e impermeable a la crítica. Para la gente, Morena dejó de ser un movimiento ciudadano y se convirtió en un grupo que decide en privado y gobierna en automático, sin escuchar, sin corregir y sin mirar hacia afuera.
En ese contexto, la percepción de un “narco gobierno” aparece como consecuencia del abandono. No es una acusación, es una descripción emocional. Una forma desesperada de explicar cómo un partido que prometió rescatar al país terminó creando la sensación de que nada está en manos de la autoridad. “No se siente gobierno, se siente vacío”, dicen habitantes de regiones afectadas por el huachicol, donde la inseguridad es el pan de cada día y la respuesta oficial es un eco lejano.
La ciudadanía culpa a Morena porque lo ve como el origen de este deterioro. No por rumores, sino por experiencia. La gente observa un Estado que no gobierna, que no protege y que no controla, y por eso recurre a términos que antes hubieran parecido extremos. La metáfora del Cártel de Macuspana habla del poder cerrado; la del huachicol, del país que se fuga. La idea del “narco gobierno”, en boca de la gente, habla de la sensación de un mando que ya no representa a nadie.
Lo más duro es que estas percepciones no nacieron de campañas ni de adversarios políticos. Nacieron de ciudadanos hartos, de familias que han perdido la confianza, de comunidades que sienten que fueron dejadas a su suerte.
Y cuando un pueblo empieza a describir así a quienes gobiernan, no es exageración: es diagnóstico.