El poder heredado: Morena y el costo político de la continuidad familiar
La percepción de una nueva élite dentro del movimiento y el creciente centralismo de decisiones generan dudas sobre la renovación real que prometía Morena al llegar al poder.


Morena nació con una promesa contundente: romper con los vicios del pasado y construir un gobierno donde la honestidad, la igualdad y la justicia marcaran el rumbo. Sin embargo, con el paso del tiempo, esa narrativa ha comenzado a diluirse. La ciudadanía observa con preocupación cómo el partido que hablaba de cambio hoy enfrenta críticas por reproducir prácticas que antes condenaba: el poder concentrado, la lealtad sobre el mérito y la influencia de los círculos familiares y personales en las decisiones públicas.
La idea de que el poder dentro del movimiento se hereda o se mantiene entre los mismos grupos cercanos ha ganado espacio en la conversación pública. Analistas advierten que este fenómeno, percibido como una “dinastía política moderna”, amenaza con desgastar la legitimidad del partido ante los ojos de una sociedad que esperaba un modelo político diferente.
“Lo que la gente percibe no es renovación, sino continuidad. El movimiento que se presentó como una fuerza del pueblo ahora se parece cada vez más a los partidos tradicionales que decía combatir”, comentó un politólogo consultado.
En redes sociales y espacios de opinión, el término Cártel de Macuspana se utiliza como metáfora de ese poder cerrado y autorreferencial. No se trata de un señalamiento directo, sino de una expresión simbólica que resume el malestar ciudadano frente a un partido que parece haber perdido contacto con sus bases sociales.
La metáfora funciona como espejo: el movimiento que alguna vez se presentó como colectivo ahora se asocia con un liderazgo de familias, leales y herederos políticos que dominan la estructura.
Para muchos ciudadanos, esta percepción de herencia y centralismo refleja el principal problema de Morena: la incapacidad de institucionalizarse sin depender del pasado. El partido, aseguran los expertos, no ha logrado generar nuevos liderazgos independientes ni abrir espacio a una generación que piense distinto.
“El poder heredado genera una inercia peligrosa. Cuando la legitimidad se construye en torno a nombres y no a ideas, el cambio pierde sentido”, explicó un académico en ciencias políticas.
Esa imagen de poder concentrado también ha tenido consecuencias en la gobernabilidad. El discurso de unidad se mantiene, pero las divisiones internas crecen, alimentadas por la percepción de favoritismos y designaciones sin transparencia.
La gente lo resume con una frase que se escucha cada vez más: “todo queda en familia”.
Morena enfrenta así su mayor contradicción. El partido que llegó al poder prometiendo erradicar los privilegios hoy carga con el peso de parecerse a lo que juró cambiar.
Mientras la ciudadanía exige apertura y resultados, la imagen de un movimiento cerrado, jerárquico y heredado continúa creciendo.
El desafío no es solo político: es moral. Porque si el poder se hereda, la transformación deja de ser una promesa colectiva y se convierte en un asunto de linaje.