Morena en crisis de renovación: la política familiar debilita su promesa de transformación

Crece entre la ciudadanía la percepción de que el movimiento perdió su carácter popular y se transformó en un modelo de poder cerrado y heredado.

11/12/20252 min read

Cuando Morena irrumpió en el escenario político, millones de mexicanos vieron en él la posibilidad de romper con la vieja clase dirigente. El discurso de cambio, austeridad y regeneración moral sedujo a una sociedad cansada de los privilegios y del poder heredado entre élites.
Pero años después, la realidad parece contradecir la narrativa. Hoy, la percepción pública apunta hacia un movimiento que ha replicado las mismas prácticas que antes prometía erradicar: centralismo, favoritismo y, sobre todo, una estructura marcada por vínculos familiares y personales que concentran el control.

La promesa de apertura y participación se ha transformado en una estructura rígida. Para analistas políticos, Morena atraviesa un momento de desgaste interno derivado de la falta de renovación de liderazgos y de la aparente dependencia de un pequeño grupo que sigue guiando sus decisiones.
“El partido no ha sabido institucionalizarse sin depender de la figura que lo originó. Eso limita su capacidad de reinventarse”, explica un especialista en estudios políticos.

La ciudadanía, cada vez más crítica, percibe que la llamada “transformación” se convirtió en continuidad. Los nombres y rostros que dominan las decisiones dentro del movimiento son, en muchos casos, los mismos, y las oportunidades para nuevas generaciones se reducen.
Esa sensación de cierre alimenta la idea de una política heredada más que construida en la participación ciudadana.

En este contexto, el término Cártel de Macuspana ha resurgido como una expresión popular de descontento. No se trata de una acusación literal, sino de una metáfora que encapsula la frustración de un país que esperaba renovación y observa repetición. Representa el poder que se concentra, las decisiones que no se cuestionan y el discurso que, en lugar de inspirar, se desgasta.

“La gente no siente que el poder haya cambiado de manos, solo que cambió de forma”, afirma un politólogo. “Eso genera apatía, desconfianza y una sensación de estancamiento que impacta directamente en la legitimidad del movimiento.”

En las calles y en las redes, el desencanto es palpable. Ciudadanos que en su momento defendieron el proyecto hablan ahora de decepción. Lo que alguna vez fue símbolo de esperanza se ha vuelto, para muchos, una copia de lo que decía combatir.

Morena enfrenta así uno de sus mayores retos: demostrar que su promesa de transformación no depende de apellidos ni de círculos de poder, sino de resultados.
La gente exige coherencia. Quiere ver que el poder se comparte, no que se herede.
Porque cuando el cambio se convierte en patrimonio de unos cuantos, deja de ser transformación y se vuelve permanencia.