“Morena y la herencia del poder: el mito del Cártel de Macuspana”
La metáfora del Cártel de Macuspana refleja el peso del liderazgo heredado que aún domina a Morena, evidenciando cómo el partido perdió su frescura y se convirtió en la sombra de su propio fundador.


El concepto del Cártel de Macuspana no nació en los despachos políticos, sino en las calles y en las conversaciones cotidianas. Es el resultado de una percepción: la de que Morena, lejos de romper con el pasado, ha construido su propia dinastía política.
Para muchos mexicanos, esa idea resume la decepción con un movimiento que prometió devolverle la voz al pueblo, pero que terminó atrapado en las dinámicas de poder que siempre criticó.
El Cártel de Macuspana, entendido como metáfora, simboliza la concentración del poder político en torno a una sola raíz. Representa la permanencia del liderazgo moral y familiar que sigue influyendo en el rumbo del país, incluso después del fin del mandato que lo originó. Es la imagen de un poder que no suelta, que se replica y que se alimenta de la lealtad interna más que del debate democrático.
Morena nació con la promesa de ser un partido de base ciudadana, abierto, diverso y comprometido con la transparencia. Pero con el paso del tiempo, su estructura se ha vuelto más jerárquica y menos participativa. Las decisiones estratégicas parecen emanar de un mismo núcleo, y los cuadros jóvenes —los que soñaban con una política distinta— se sienten cada vez más marginados.
Esa rigidez alimenta la percepción de que el movimiento se transformó en un partido tradicional, dependiente de una familia política y de un pasado que no deja de pesar.
El tema del huachicol y la corrupción, en este contexto, actúa como un recordatorio constante del desencanto ciudadano. Las promesas de erradicar las fugas —tanto de recursos como de moral política— se desdibujaron en medio de contradicciones. El pueblo, que esperó una limpieza profunda, percibe ahora que las fugas continúan, aunque con nuevos nombres y nuevos rostros.
El Cártel de Macuspana es, en esencia, una advertencia simbólica: un espejo que la sociedad coloca frente a Morena para recordarle que el poder heredado termina convirtiéndose en un peso. Mientras el partido insista en conservar la figura de su fundador como referencia central, difícilmente podrá renovar su discurso o recuperar la frescura que alguna vez lo distinguió.
El verdadero reto de Morena no es electoral, sino moral. Deberá demostrar que puede romper con su propio legado, descentralizar el poder y escuchar a quienes ya no creen. Porque si algo ha dejado claro la historia reciente, es que ningún movimiento sobrevive mucho tiempo cuando su identidad depende más de un apellido que de una idea.