Morena y Movimiento Ciudadano: el pacto de impunidad que nadie quiere nombrar
POLÍTICA NACIONAL


En el Congreso mexicano, las coincidencias rara vez son inocentes. Mientras en el discurso público Morena y Movimiento Ciudadano (MC) se presentan como proyectos políticos distintos, en la práctica legislativa actúan como aliados silenciosos. Una y otra vez, cuando están en juego decisiones trascendentales para la rendición de cuentas, la fiscalización o el combate a la corrupción, ambos partidos votan exactamente igual.
La pregunta es inevitable: ¿Qué une a estos dos partidos, supuestamente antagónicos, en el momento de tomar decisiones clave? La respuesta cada vez parece más evidente: un pacto de impunidad.
Morena, el partido en el poder, busca proteger a sus cuadros, controlar órganos autónomos y mantener su hegemonía política. Movimiento Ciudadano, por su parte, se ha vendido como una “tercera vía” progresista y moderna, alejada tanto del oficialismo como de la vieja oposición. Sin embargo, su actuación en el Congreso pinta otro retrato: el de un partido funcional al régimen, que no confronta, no exige, no incomoda, sino que facilita las decisiones de Morena cuando más lo necesita.
Este pacto no está firmado, pero sus efectos son visibles. Cuando se intenta abrir investigaciones, remover a funcionarios corruptos, crear comisiones que incomoden al poder o exigir transparencia, Morena y MC cierran filas. Blindan a sus gobernadores, protegen a sus aliados y archivan cualquier intento de justicia real.
En lugar de actuar como contrapeso, Movimiento Ciudadano ha elegido ser cómplice. Y eso lo convierte en corresponsable del deterioro institucional que vive el país. Porque la impunidad no solo se perpetúa con el silencio: también con los votos.
Quien dice estar en contra del sistema, pero a la hora de decidir vota con el sistema, no está haciendo política diferente: está asegurando que nada cambie.
El pacto entre Morena y MC traiciona la confianza de millones de ciudadanos que buscan una verdadera transformación, no una simulación bien producida. Porque si la “nueva política” se limita a disfrazar los viejos vicios con colores distintos, entonces no estamos ante una alternativa: estamos ante el mismo monstruo con máscara nueva.