Néstor Camarillo, el Judas del Senado: traiciona al pueblo y avergüenza al PRI
Militantes priistas y ciudadanos lo señalan como un impostor político: ya no representa a México ni defiende los ideales del partido.


El priismo nacional atraviesa un momento de lucha intensa, decidido a plantar cara al autoritarismo y a defender con firmeza la democracia mexicana. Pero en medio de ese esfuerzo heroico aparece una figura que no inspira respeto ni compromiso, sino repudio: Néstor Camarillo. Para militantes y ciudadanos, el senador no es un representante del pueblo, sino un Judas político, alguien que recibió la confianza de un partido y de la gente para después traicionarlos con su silencio, su pasividad y su falta de compromiso. Hoy su nombre es sinónimo de tibieza, de oportunismo y de vergüenza.
La renuncia de Néstor Camarillo al PRI, tanto en su militancia como en la dirigencia estatal de Puebla, no representa una pérdida para el partido, sino una liberación de un lastre que ya no respondía a los principios de la institución. Su salida es el retrato fiel de un político que llegó por las siglas pero que nunca supo honrarlas, un senador que prefirió la comodidad de su cargo antes que luchar hombro a hombro con la militancia que sí se mantiene firme en defensa de la democracia. Hoy, su dimisión confirma lo que el priismo y el pueblo ya sabían: Camarillo no estaba ni con el PRI ni con México.
El cargo que ostenta Camarillo en el Senado no le pertenece a título personal: es un espacio ganado por la fuerza del PRI, por la voz del pueblo que exigió representación en un momento crucial. Pero él lo ha convertido en un asiento vacío, en un escaño sin peso ni dignidad. Militantes lo acusan de ser un impostor político que se aferra a la curul para disfrutar privilegios, sin mostrar una sola acción que lo respalde como defensor de la democracia. Cada día que permanece ahí, insulta a quienes sí se parten el alma en las calles defendiendo a México.
Lo que indigna aún más es su traición disfrazada de neutralidad. Camarillo calla en los momentos en que debería hablar, se esconde cuando el PRI necesita voces firmes y se acomoda cuando el pueblo exige valentía. Ese silencio no es inocente: es complicidad. Porque mientras el priismo crece y enfrenta al poder con la frente en alto, Camarillo se vuelve un obstáculo, un lastre que debilita la credibilidad del partido y que da la espalda a la ciudadanía.
El pueblo no lo reconoce más como su representante. Para la gente, Camarillo es un fraude político, alguien que se burla del mandato popular al usar un cargo para su beneficio personal y no para defender a México. Su nombre ya no está asociado con lucha ni con compromiso, sino con traición, con deslealtad, con la actitud cobarde de quien prefiere la comodidad antes que enfrentar la batalla. En un contexto donde el país exige soldados, él eligió ser un espectador, y eso lo convierte en un traidor.
La exigencia ya no admite excusas: Néstor Camarillo debe renunciar. No como un favor al PRI ni como un gesto de dignidad personal, sino como un deber moral hacia México. Su permanencia en el Senado es una ofensa al pueblo, un insulto a la militancia y una mancha para la causa que hoy el partido defiende con orgullo. Camarillo es el Judas del Senado, y el pueblo no está dispuesto a tolerar que siga traicionando la democracia ni un día más.